Y pasan los meses y ese deseado embarazo no llega. Empiezan las angustias y dudas. Es el momento de acudir a los profesionales.
Llegan las pruebas, las esperas de resultados, las tensiones, los procesos de aceptación, el duelo por la oportunidad que la naturaleza nos niega, esa incapacidad a la que hay que poner nombre (diagnóstico), las preguntas de por qué a nosotros. Aquello que se presuponía tan íntimo y familiar tiene que abrir sus puertas a terceros, médicos, biólogos, enfermeras, tratamientos que condicionan nuestras vidas cotidianas y que en la mayoría de los casos sobrellevamos intentando que pase desapercibido en nuestro entorno con el consecuente estrés.
La economía y la pareja se resienten, y aquel proceso sentimental se convierte en planteamientos, números y, en ocasiones, solicitud de préstamos. Todos ellos, elementos que consiguen alterar las emociones.
Aparece la oferta de centros y clínicas que ofrecen estos tratamientos. Empezamos a divagar absolutamente perdidos en mitad de foros, porcentajes de éxitos y referencias de experiencias propias y logros de la ansiada gestación. Pero, ¿qué conlleva un buen servicio? ¿Qué es lo que necesitamos los pacientes durante todo el proceso?